Vaya pregunta que os hemos hecho hoy ¿eh? Quizás, ni siquiera os la hayáis hecho alguna vez.
Nosotros trabajamos mucho el
control de las nuestras en el cole: cuando tenemos peleillas, cuando acordamos
nuestras normas en la asamblea para ponerlas en práctica, cuando leemos cuentos
sobre las emociones (nuestro favorito es el del “Monstruo de los Colores”),
cuando repasamos lo que nos ha gustado y lo que no del día, cuando hablamos de
cómo son nuestros compis y lo que nos gusta o no de ellos, cuando hacemos
nuestros ratitos de relajación…
Seguro que vosotros también lo
hacéis, aunque a veces ni nos damos cuenta ¿verdad?
Pues, os vamos a contar que,
además de todo lo que os hemos dicho, también hacemos actividades especiales
con expertos que nos ayudan en este trabajo tan importante.
La última ha sido chulísima. Belén,
nuestra enfermera de referencia del cole, vino un día a nuestra clase y nos
enseño algunos truquillos para controlar algunas de esas emociones que nos
hacen sentir regular y que no nos gustan nada de nada. ¿Queréis que os los
contemos? Mirad, mirad.
Comenzamos hablando de qué eran para nosotros las emociones: si eran importantes, si nos gustaba sentirlas, si somos capaces de ver lo que sienten los demás…
Después tuvimos un ratito de convertirnos en “Imitadores de emociones” y fuimos capaces de hacer un montón: alegría, tristeza, enfado, miedo, sorpresa…
Belén nos hizo entonces una
pregunta: De todas las que habéis hecho, ¿cuáles os gustan más?
Todos coincidimos en la alegría,
la sorpresa… las que nos hacen sentir genial cuando las tenemos o cuando vemos
que las tiene la gente que queremos. Pero, a veces, también aparecen las otras
más feillas: el enfado, la rabia, el miedo, la tristeza… Estas no nos hacen
sentir muy bien.
Hay algo que puede ayudarnos a controlarlas y a que desaparezcan: El gran truco que nos ha enseñado Belén. Podemos controlarlas con un semáforo mágico: El Semáforo de las Emociones.
Ella nos contó que lo que sentimos se
parece a este semáforo: Cuando está la luz verde podemos pasar, seguir hacia
adelante, no le estamos haciendo daño a nadie porque estamos respetando las
normas. Entonces aparecen nuestras emociones buenas. Si el semáforo está en ámbar,
debemos tener cuidado y precaución, como cuando nos empezamos a enfadar o
alguien nos dice algo que no nos gusta. Ahí, nuestro cuerpo y nuestro cerebrillo
debe encenderse bien para intentar volver al color verde y no llegar hasta el
rojo. Porque si llega al rojo, ahora si es un lío. Aquí aparece todo lo
prohibido, lo feo, lo que nos hace sentir realmente mal.
Y ¿cómo podemos conseguir esto? Pues con nuestras canciones de relajación, controlando nuestra respiración, cerrando un poquito los ojitos y sintiendo cómo entra el aire en nuestro cuerpo, poniéndonos en el lugar del otro e intentar saber lo que está sintiendo… Como dice Belén, lo que nos cueste menos trabajo pero que nos ayude a relajarnos. Así permanecemos en el color ámbar y podemos tomar las mejores decisiones sobre lo que vamos a hacer o a decir.
Estuvimos un ratito trabajando
todo esto y después, Belén nos enseñó 2 videos que nos ayudaron a aprender más
cosas sobre el control emocional.
El primero fue de una fábula chulísima. Sus protagonistas eran bastante tozudas y testarudas.
Érase una vez dos cabras que, ansiosas por vivir en libertad, abandonaron
sus respectivos rebaños y bajaron las montañas, por diferentes lados, hasta la
orilla de un río.
Por una extraña coincidencia, las dos cabras se encontraron en lados
distintos del río, separadas por un tronco de árbol que hacía de puente para
poder cruzarlo.
El tronco era demasiado estrecho y sólo podía pasar un animal o persona a
la vez.
Las dos cabras, se miraron, y por lo testarudas y tercas que eran,
decidieron avanzar por el tronco al mismo tiempo.
Al cruzar por el tronco, las dos cabras se encontraron frente a frente
cuando llegaron a la mitad. Pero ninguna de las dos quiso ceder el paso a la
otra.
Y allí se quedaron horas y horas sin que ninguna retrocediera, hasta que,
en un determinado momento, el tronco empezó a romperse debido al peso de las
cabras y ellas acabaron cayéndose al río.
Moraleja 1: Es más sabio cooperar que ser
obstinado.
Moraleja 2: La testarudez y la terquedad son malas compañeras.
Vaya vaya, pues sí que no sirve
de nada ser tan testarudo. Esto nos pasa muchas veces cuando nos empeñamos en
hacer las cosas a nuestra manera y no escuchamos los consejos que nos dan. Al
final, terminamos arrepintiéndonos.
El segundo video, fue de un niño que aprendió una gran lección que le enseñó su papá.
Había un niño que tenía muy, pero que muy mal
carácter. Un día, su padre le dio una bolsa con clavos y le dijo que cada
vez que perdiera la calma, clavase un clavo en la cerca de
detrás de la casa.
El primer día, el niño clavó 37 clavos en la cerca. Al
día siguiente, menos, y así con los días posteriores. Él niño se iba dando
cuenta de que era más fácil controlar su genio y su mal
carácter, que clavar los clavos en la cerca.
Finalmente, llegó el día en el que el niño no perdió la calma ni una sola vez y se lo dijo a
su padre que no tenía que clavar ni un clavo en la cerca. Él había conseguido,
por fin, controlar su mal temperamento.
Su padre, muy contento y satisfecho, sugirió entonces
a su hijo que por cada día que controlase su
carácter, sacase un clavo de la cerca.
Los días pasaron y el niño pudo finalmente decir a su
padre que ya había sacado todos los clavos de la cerca. Entonces el padre llevó
a su hijo, de la mano, hasta la cerca de detrás de la casa y le dijo:
- Mira, hijo, has trabajo duro para clavar y quitar
los clavos de esta cerca, pero fíjate en todos los agujeros que quedaron
en ella. ¡Jamás será la misma!
Lo que quiero decir es que cuando dices o haces
cosas con mal genio, enfado y mal carácter, dejas una cicatriz, como estos
agujeros en la cerca. Ya no importa tanto que pidas perdón. La herida estará siempre allí. Y
una herida física es igual que una herida verbal.
Los amigos, así como los padres y toda la familia, son
verdaderas joyas a quienes hay que
valorar. Ellos te sonríen y te animan a mejorar. Te escuchan,
comparten una palabra de aliento y siempre tienen su corazón abierto para
recibirte.
Las palabras de su padre, así como la experiencia vivida con los clavos, hicieron que el niño reflexionase sobre las consecuencias de su carácter.
Anda, en esto sí que no pensamos muchas veces. Se nos olvida la huella que podemos dejar en el corazón de los demás. Belén nos lo explicó con un ejemplo muy sencillo.
Cogió un folio y nos dijo que era
como un amigo o alguien a quien queremos mucho. Si nos enfadamos con él y le
decimos cosas feas, su corazón se pone triste; ya no está brillante y bonito.
Se arruga y se vuelve más feo. Nosotros podemos pedirle perdón, él nos perdona
y el folio vuelve a estirarse. Pero, ¿está como al principio? No, ¿verdad? Ha
dejado una huella, una cicatriz que ahí se queda. Por tanto, lo mejor de todo,
es intentar controlar nuestras emociones para no hacerle daño a nadie. Y si
todos lo hacemos, tampoco nos harán daño a nosotros. ¡Así seremos más felices
todos juntos!
Es un plan genial. Lo pondremos
en práctica Belén. Lo prometemos.
Cuando terminamos de ver estos
videos, hicimos otra actividad muy interesante: Ver las emociones en las cosas
que nos rodean, por ejemplo, en la música.
Pusimos varias canciones e intentamos averiguar qué emoción nos querían enseñar.
Vimos algunas de autores
clásicos, más modernos, pero la que nos encantó, fue la música de la película “Del
Revés”. Estas emociones las conocíamos muy requetebién, jaja.
Por último, terminamos bailando y sacando fuera toda la emoción que teníamos dentro después de esta bonita experiencia.
Muchísimas gracias Belén. Nos ha
encantado compartir este ratito tan bonito contigo.
Vuelve pronto a visitarnos. Te
esperamos cargados de las mejores emociones del mundo mundial. Muchos besetes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario